Àrea de normalització lingüística de l'Ajuntament d'Alcúdia

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EL DUEÑO LES ordenó que se largasen inmediatamente del restaurante, por hablar catalán

20-Nov-2003

QUIM MONZÓ - 05/11/2003

Hace unos días, con motivo de una rueda de prensa de la Coordinadora d'Associacions per la Llengua, Joel Joan explicó lo que le sucedió en el Corsa Blanca, un restaurante de cocina italiana de la avenida Icària. Salía del cine Yelmo y fue con seis amigos a cenar. Cuando el dueño les preguntó cuántos eran, Joel Joan contestó: "Som set"; y ahí se lió. El dueño le dijo: "Yo, eso no lo entiendo...". Joel Joan intentó razonar: "Home... Som set: 'seven', 'siete'..." "Ah, siete. ¡Ahora sí!", dijo el propietario. Joel Joan se mosqueó: "¿Com que 'ahora sí'? Però ¿de què vas?" El dueño se puso como una moto: "¡Me estás provocando!". Joel Joan le explicó: "No t'ho prenguis com una provocació. Parlo català perquè és la meva llengua i som a Barcelona. No veig perquè m'has d'obligar a canviar". El dueño les ordenó que se largasen inmediatamente del restaurante. A la calle, por hablar catalán.



Basta pasear por nuestras principales ciudades para comprobar que en tiendas, aulas y bares son constantes las conminaciones a no hablarlo. "¡Hábleme en cristiano!", me dijeron no hace mucho en un restaurante de cocina magrebí. "Oye ¡a mi me hablas en castellano!", me exigió en un bar un camarero de cabeza rapada cuando le pedí "truita de patates" de la que tenía en el expositor. De momento aún no me han echado a la calle, pero, por lo que se ve, todo se andará. Hace año y pico, "La Vanguardia" recogió que a una mujer la echaron de un taxi por hablar catalán. Por la misma época, a un muchacho lo apalizaron en una ciudad del Vallès por hablar catalán. También salió en los papeles. En la misma rueda de prensa en la que Joel Joan explicó su aventura en el Corsa Blanca, una chica contó que a ella la echaron del trabajo -de una escuela concertada por la Generalitat- por hablar catalán. Desde hace tiempo se suceden noticias de ese tipo, noticias que en los periódicos no obtienen más espacio que un breve, y a veces ni eso. Son noticias que, si alcanzan la proeza de ser publicadas en un rinconcito, rara vez consiguen un comentario de nadie. Hoy en día queda muy poco enrollado decir que lo que está pasando es un atropello. El acoso al catalán (diario y cotidiano) se asume como algo normal, "lógico", y eso en un país en el que los políticos nos machacan día y noche -y más en campaña electoral, como ahora- con las virtudes del bilingüismo y la pluralidad.



Imaginen la situación inversa: que un dueño de un restaurante de Barcelona hubiese echado a un cliente por dirigírsele en español. No hubiese habido en las páginas de los diarios suficiente espacio para acoger los titulares que el escándalo hubiese generado; los teléfonos arderían de llamadas para recoger firmas y en un plis-plas tendríamos un manifiesto contra la intransigencia de esa Catalunya "ensimismada en sí misma", que dicen algunos políticos cuando el fervor de la campaña electoral les reverbera en la boca. "¡Es intolerable!", clamarían, "¿ves a donde conduce tanta cerrazón?" Pero -tras veintitrés años de pujolismo, minorizados de forma definitiva los catalanohablantes, tribu en extinción en un país que constantemente se llena la boca de "solidaridad" y "multiculturalidad"- como a Joel Joan no lo han expulsado de un restaurante por hablar en español sino en catalán, punto en boca y santas pascuas.
Quim Monzó

Origen


http://www.lavanguardia.es/res/20031105/51147067388.html?urlback=http://www.lavanguardia.es/web/20031105/51147067388.html